viernes. 29.03.2024

El 5 de junio de 1981 el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos publicó el primer caso de VIH/Sida y lo describió como una ”neumonía letal” que se propagaba entre los homosexuales. A finales de ese mismo año ya se habían detectado 121 personas enfermas y comenzaban a diagnosticarse nuevos casos en Europa.

En España el primer caso se conoció en octubre de 1981. Cinco años después el retrovirus se denominó virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), nombre con el que se le conoce hasta la fecha. Además, en esa época se descubrió que el virus podía estar hasta 10 años en el paciente infectado sin dar síntomas, por lo que los enfermos podían haber estado infectados durante años sin saberlo. Este hecho ayudó a su rápida propagación y también contribuyó a que ésta haya seguido extendiéndose -de cerca de 8 millones en 1990, hasta 33 millones en la actualidad-.

Pero no sólo el desconocimiento científico ha ocasionado su rápida transmisión, ha habido más causas que lo explican, como la forma en que se ha respondido a la enfermedad. Al principio se propagó más entre la comunidad homosexual y entre los consumidores de drogas intravenosas al compartir jeringuillas. Por este motivo, parte de la sociedad occidental asumió la enfermedad como una plaga de consideraciones “bíblicas” que castigaba exclusivamente a homosexuales y drogadictos y, por lo tanto, el resto era inmune a esta enfermedad.

Por otro lado, la reticencia de gran parte de la población al uso del preservativo en sus relaciones sexuales, a pesar de que está demostrado que es la medida protectora más eficaz, ha sido otro agravante. Diversas culturas están en contra de su uso, debido a la creencia de que fomenta la promiscuidad e incluso dudan de su eficacia demostrada para evitar la transmisión de la enfermedad en las relaciones sexuales. Por ejemplo, en el continente africano, el más afectado, se considera poco masculino el uso del preservativo, e incluso en algunos lugares se cree que este favorece la esterilidad.

A este desconocimiento, podemos sumarle actuaciones como la de la ministra de salud de Sudáfrica que en 2006 provocó la confusión entre la población -la de mayor proporción de infectados del mundo- al asegurar que los tratamientos antirretrovirales occidentales eran dañinos para la salud y promulgó la utilización del ajo y la remolacha para luchar contra el VIH/Sida.

Discursos como éste, favorecen que solamente el 20% de las jóvenes de las regiones en desarrollo tengan un conocimiento amplio y correcto sobre el VIH; y, con estos condicionantes no es de extrañar que el 41% de los nuevos casos sigan siendo en jóvenes de entre 15 y 24 años.

Pero además del desencuentro entre la ciencia y las creencias, quizás los otros dos factores que han contribuido a la transmisión de la enfermedad han sido el estigma y las inequidades de género.

El desconocimiento que hay sobre todo en cuanto a los mecanismos de transmisión y el miedo a contagiarse -incluso al principio algunos sanitarios se negaban a tratar a estos enfermos-, así como las implicaciones sociales que se le achacan -estar enfermo para la sociedad significaba ser homosexual, drogadicto, o promiscuo-, provoca que a los enfermos/as se les estigmatice y se les aleje de la sociedad. Como efecto secundario, personas que sospechan que están infectadas no se hacen la prueba para no corroborar la realidad y no ser apartados de su entorno social.

Por otro lado, las inequidades de género han provocado que una enfermedad que en sus principios fue casi exclusivamente masculina revierta la tendencia con los años y ahora tenga un ligero predominio femenino, siendo mujeres más del 51% de las personas adultas que viven con VIH. La mujer, sobre todo en países en desarrollo, sufre una triple vulnerabilidad ante la enfermedad: la vulnerabilidad biológica, al tener mayor facilidad para infectarse en una relación sexual con un hombre con VIH, que viceversa; la vulnerabilidad económica, al no poder en muchos casos contar con recursos económicos propios incluso aunque trabaje, ya que lo gestiona su pareja, lo que impide acceso a los tratamientos, medidas preventivas y de apoyo; y por último, la vulnerabilidad social, que le impide en muchas sociedades tomar decisiones que afectan a su salud como el uso o no de preservativo, o poder ir por su cuenta a los servicios médicos.

Por todo ello, desde medicusmundi queremos que el 1 de diciembre sirva para reflexionar acerca de las medidas preventivas y la protección de las personas que viven con el sida y tomar conciencia de la dignidad de las personas que deben convivir con esta realidad para la que aún no hay cura, pero para la que hay muchas más herramientas e información que en aquel 1981 en el que se diagnosticó el primer caso.

Desde MedicusMundi invitan a reflexionar acerca de las medidas preventivas y la...