jueves. 28.03.2024

El hecho de que Carmen Polo, la mujer más poderosa del franquismo y apodada "la Collares", tenía una desmedida afición a las joyas no se discute, pero la "leyenda negra" respecto a que "arrasaba" en las joyerías madrileñas sin que sus propietarios recibieran nunca el pago fue un rumor nunca confirmado.

Cuando se cumplen 25 años de la muerte de la que fue esposa de Francisco Franco, la periodista Carmen Enríquez relata en su libro "Carmen Polo. La Señora de El Pardo" los usos y costumbres de esta mujer y la gran influencia que ejerció en la vida pública española durante los cuarenta años de poder absoluto de su marido.

El libro se hace eco de la "leyenda negra" que cuenta que los joyeros madrileños acordaron durante la dictadura costear entre todos los obligados regalos que debían hacer a la mujer de Franco cuando visitaba sus establecimientos, un rumor que, asegura Carmen Enríquez en una entrevista con Efe, nunca ha sido confirmado por los propietarios afectados.

Lo que si confirmaron incluso algunos allegados al propio Franco era cómo una de las íntimas amigas de "la Collares" se "paseaba" por adelantado a estas visitas aconsejando a los joyeros que hicieran algún regalo a Carmen Polo.

"Lo que está claro y nítido", es la costumbre de "ir habitualmente muy enjoyada, con su eterno collar de varias vueltas de muy buen tamaño y de excedente calidad", indica la autora en el libro, que recuerda que en su atuendo tampoco faltaban nunca los pendientes, también usualmente de perlas.

Estas perlas eran casi obligadas en su día a día pero otra cosa era el despliegue de joyas que tanto Carmen Polo como su hija lucían en ocasiones especiales: tiaras espectaculares dignas de reinas para las escasas visitas de jefes de Estado que entonces se acercaban a la España franquista y, especialmente, la que lució "Carmencita" en su boda con el marqués de Villaverde.

Uno de los episodios que más retratan su desmedida afición por las joyas, recuerda la periodista, es la que relata el nieto mayor de Carmen Polo en el libro "La naturaleza de Franco": tras celebrar sus bodas de oro, la "Señora" quiso cambiar las alhajas que le habían regalado por este motivo familiares y allegados por un diamante de gran tamaño y valor que había "fichado" en una joyería. Pero, para completar el alto precio del diamante (entre 8 y 9 millones de las antiguas pesetas), necesitaba, además de las alhajas que le habían regalado, dinero que pidió a su marido, pero que éste le negó.

Otro testimonio recogido en el libro de los tesoros acumulados por la mujer de Franco procede de Jimmy Giménez-Arnau, que fue marido de una de sus nietas, y que aseguró que existía en la casa familiar un cuarto de unos 40 metros cuadrados con armarios estrechos, en los que se guardaban "collares, diademas, pendientes, guirnaldas, broches, camafeos" de "perlas, aguamarinas, brillantes, diamantes, oros y plata".

Pero lo que más le gustaba a Carmen Polo en cuestión de joyas era irse de viaje con una amiga suya a la joyería de un pueblo de Portugal, según señala el historiador gallego Carlos Fernández Santander, que sostiene no obstante que, cuando visitaba la fábrica de cerámica de Sargadelos, abonaba siempre los productos que adquiría.

Aparte de las joyas, las antigüedades eran otra de las devociones de Carmen Polo, explica Enríquez, que recoge en su libro una anécdota vivida por José Antonio Vaca de Osma, diplomático e historiador que fue gobernador civil de Ávila y la recibió en su casa durante una visita oficial.

Cuenta Vaca de Osma que a la llegada a su domicilio, Carmen Polo se fijó en un capitel bizantino que tenía en la estancia en la que estaban y que alabó con insistencia mirándolo cada vez "con ojos más ansioso". El gobernador supo resistirse a la presión de la mujer de Franco para que le regalara el valioso objeto prometiéndole que le conseguiría otro, cosa que hizo. Episodios parecidos circulan por toda España pero, señala Enríquez, abundan sobre todo en Oviedo, cuyas familias mejor situadas "mandaban guardar la plata" que había en sus casas cuando doña Carmen anunciaba que iba de visita porque, si se encaprichaba de alguna pieza, había que regalársela.

Objetos de valor acumulados durante años y años y que, al fin de la dictadura, salieron del Palacio de El Pardo llenando camiones y furgonetas para seguir siendo disfrutados por la que ya nunca más sería la "Señora".

Los collares de Carmen Polo de Franco en un libro