jueves. 28.03.2024

De cómo formar a jóvenes atletas y aún a mejores personas

“Un buen entrenador de atletismo en categoría cadete es aquel que consigue que sus atletas sean aún mejores en la categoría juvenil”. Con estas palabras intentaba definir, en la última charla Universitaria que di, que entendía por ser un buen entrenador en las categorías de menores. Un concepto que a primera vista parece sencillo, fácilmente alcanzable y sin ninguna complicación procedimental, aunque esta sencillez solo lo sea en apariencia.

A medida que he ido repasando esta definición me he percatado que cuando hablo de conseguir que los jóvenes sean mejores atletas en categorías superiores, tendría que haber definido también el concepto de atleta en esas edades. Ahora, y por mí experiencia, en categorías menores un joven atleta debería ser visto como un deportista que intenta superarse a sí mismo, pero también como una persona que se está formando para una vida futura. Un entrenador tendría que ser un educador/preparador integral de futuros atletas de rendimiento deportivo, pero también de futuras personas con valores y actitudes excepcionales. Deberíamos volver a ese concepto inicial que el deporte era una de las más valiosas herramientas para educar a los niños en esfuerzo, capacidad de superación y respeto al rival.

Hoy en día asisto a controles de categorías menores que se han convertido en auténticos meeting´s de atletismo de adultos, con jóvenes atletas estresados en busca de mínimas o resultados con los que poder presumir y posturear en las redes sociales. Hemos convertido el atletismo en menores (des de que hay dinero fácil de ganar con cuotas mensuales sustentadas en una titulación escasa y un control de calidad aún más inexistente, la necesidad de aparcar los niños en escuelas y clases extraescolares con la posibilidad de un retorno socio-decorativo y el pretexto de agasajar políticamente a padres de jovenes talentos) en un atletismo de mini-atletas adultos obsesionados con los resultados y la proyección social que estos conllevan. Todo ello gracias a la falsa ilusión provocada en los decisores deportivos por los éxitos deportivos rápidos y mediáticos demandados tanto por padres, entrenadores y políticos como manera de contentar el ego, el bolsillo y el redito electoral.

En conclusión, la valoración de los entrenadores, y con más insistencia en las etapas de menores, no ha de estar focalizada en los resultados que se obtienen en estas categorías, sino en su capacidad para que sus jóvenes atletas lleguen y destaquen en categorías superiores, tanto como atletas (que esto depende más de su genética) y como personas (y esto sí que depende de las decisiones de elección que hayamos tomado) Así no interesan tanto entrenadores de jóvenes campeones, sino entrenadores que posibiliten tener buenos atletas en la categoría absoluta y aún mucho mejores personas para la vida cotidiana.

Por todo ello, cuando un entrenador, padre o político tome una decisión sobre la vida de un joven deportista, debería tomarla siempre pensando en su desempeño, ilusión y necesidad, y nunca dando prioridades a las propias.

De cómo formar a jóvenes atletas y aún a mejores personas