viernes. 19.04.2024

El monumento de la verdad

Cuando hace seis años el ayuntamiento de Palma acordó despojar el monumento de Sa Feixina de cualquier mención conmemorativa de la guerra civil lo hizo con altura de miras, consensuando la decisión entre izquierdas y derechas en cumplimiento de la ley de memoria histórica. El monolito había sido erigido en 1949 como homenaje a las víctimas del crucero Baleares y en representación por tanto de una parte del dolor surgido de la guerra entre hermanos, pero al igual que otros monumentos españoles fue desnudado de toda exaltación bélica para vestirlo de concordia y perdón, con la voluntad de entregarlo a quien correspondía, a todo un pueblo. Y con ese afán fue inscrito con la leyenda expresa "para la ciudad, símbolo de la voluntad democrática de no olvidar nunca los horrores de la guerra".

Pero la misma altura política que tuvieron los miembros del consistorio palmesano en 2010 ha sido inversamente reflejada en la decisión sectaria de los responsables actuales, algunos de los cuales -como el ex alcalde Hila, conviene recordarlo- ya formaban parte de aquel gobierno municipal, y otros eran políticos nacionalistas antecesores de los actuales mandatarios. Los que en su día decidieron romper una lanza en favor del recuerdo bien entendido, ahora inexplicablemente la desentierran guiados por un sectarismo interesado, aún en contra de la valoración de técnicos y expertos.

Más allá de las consideraciones estéticas y patrimoniales, están los sentimientos de una gran mayoría social palmesana, la gente de la calle a quien debe pertenecer el monumento como indica su inscripción, y quienes por activa y pasiva han clamado contra su demolición, bien con alegaciones, escritos, recogida de firmas o manifestaciones pacíficas.

Explica el legislador de la memoria histórica que hay que tener sabiduría para saber aprovechar los recuerdos dolorosos de aquel tiempo como elementos de reflexión para las generaciones presentes y futuras, a fin de evitar que se repitan las situaciones de intolerancia y violación de derechos que se produjeron en los dos bandos, así como una vía al recuerdo de todas las víctimas del odio y la venganza.

Porque recordar la historia ayuda a aceptarla, la gente lo ha entendido, y con el monolito de la Feixina pervive un símbolo de todos, para honrar y recuperar la dignidad de los que padecieron injusticias, perdieron la vida, se vieron privados de libertad o alejados de su patria. De todos, y con ellos de sus familias, y con ellas de nosotros. Merecemos ese equilibrio entre el recuerdo y el olvido, doloroso pero necesario, porque la historia no se borra ni se rehace, sino que se asume para aprender de ella.

La pena es que los responsables municipales actuales no tengan la grandeza y la generosidad que tienen sus ciudadanos, y prefieran contentar posturas radicales a las que sirven de sustento adoptando decisiones arbitrarias y emitiendo juicios morales sobre la dignidad del recuerdo de los demás.

Que cada uno reaccione a la historia como la sienta, pero que sea capaz de recordarla en concordia, no desde las trincheras ideológicas ni desde el simplismo de 'los tuyos y los míos'.

Decía con razón y corazón un poeta español, que hay que atreverse a saber para no perder la memoria de aquello que queremos olvidar. Estaría bien poder hacerlo con el monolito de sa Feixina, mirando a la derecha y a la izquierda del tiempo, sin ira y con libertad.

El monumento de la verdad