viernes. 29.03.2024

Nacionalismos maniatados por sus propios dogmas

Vivimos inmersos en un estado de crispación permanente, una polarización caracterizada por unos nacionalismos maniatados por sus propios dogmas. A un lado, el bloque del 155, una derecha que cree que el enorme distanciamiento emocional que tiene una buena parte de la sociedad catalana con el estado español se soluciona con la intervención de la autonomía catalana y la imposición judicial de tremendas penas de cárcel a los líderes del procés. Resulta evidente que en su caracterización de los independentistas catalanes como el enemigo se han alejado por completo de la realidad. Lo que hay en Cataluña es un problema político, que sólo se puede solucionar haciendo política, y hacer política no es vencer, si no convencer. Imponiendo, recortando y obligando sólo conseguirán que más catalanes abandonen la noción de que un encaje dentro del Estado todavía es posible, y pronto llegaremos a un punto de no retorno.

Al otro, unos líderes independentistas que han supeditado la totalidad de la vida política, pública y social catalana a la consecución de una independencia que ahora mismo no es real. No es real por múltiples motivos, como son la falta de un ordenamiento legal o constitucional que validen la autodeterminación, o el claro rechazo por parte de la Unión Europea a abrir una caja de pandora que podrían seguir otros territorios del viejo continente. Sirva como ejemplo el tremendo problema que tienen ahora los británicos. Si un país como Gran Bretaña, con el enorme entramado diplomático y comercial que fue capaz de tejer a lo largo de su imperio, vive inmerso en la más absoluta incertidumbre política, económica y social por haber decidido salir de la Unión Europea, los líderes independentistas deberían pensar en el escenario que le esperaría a Cataluña ya no fuera de España, sino directamente fuera de la Unión. Se deberían plantear la posibilidad de que la independencia no conllevase la consecución de una soberanía, si no su pérdida. Cataluña tiene, como el conjunto del estado, importantes mejoras pendientes en sus sistemas públicos de salud, educación y servicios sociales, problemas que requieren de medidas legislativas que están completamente paralizadas por el debate soberanista.

Desde Actúa creemos que hacer política es huir de los dogmas. Desde el respeto a todas las opiniones políticas, que desde nuestro punto de vista son legítimas siempre y cuando no aboguen por la violencia como medio para la consecución de ningún fin, pensamos que sólo mediante la negociación y el entendimiento podremos construir un mejor modelo de estado, uno en el que quepamos todos. Aunque parezca ahora mismo una quimera, pensamos que el ejemplo político que dieron los políticos de la transición debería servir como faro en el que guiarnos. Con peligros mucha mayores que los que tenemos ahora, una sociedad aún más dividida y un país saliendo de la enorme agonía de una dictadura que duró 40 años, fueron capaces de vertebrar un estado que, a pesar de ser imperfecto, significó el triunfo de la democracia. Porque hacer política consiste en establecer consensos, acuerdos alcanzados entre todos. Es por ello que nos es casi imposible entender que no se hayan aprobado unos presupuestos que estaban destinados a mejorar la vida de los catalanes y el conjunto de los españoles. Para nosotros, es hora de hacer política de verdad. Proponemos la profundización del estado autonómico, con el federalismo como meta a largo plazo. Pero entendemos que para ello, hay que dar pequeños pasos, no grandes saltos quijotescos. Defendemos la coherencia y el pragmatismo político, y estamos dispuestos a aplicarlos en aras de una regeneración democrática que es más necesaria que nunca.

Andrés Bernstein Darder

Responsable de pensamiento político de Actúa

Nacionalismos maniatados por sus propios dogmas